[Refugio: Del latín Refugium Hermandad dedicada al servicio y socorro de los pobres.]
Cruzamos la frontera con una facilidad insultante, insultante para los que sufren de manera irreversible la cara más oscura de la “protección fronteriza”. Aun así, una cámara dispuesta a revelar y un lápiz dispuesto a reflejar se adentraron en los Estados Unidos de México a través de Tijuana. Y así, siendo ayudados por personas entregadas a hacer de la frontera un sitio algo menos corrosivo accedimos a refugios y albergues donde las personas intentaban esperar y sobrevivir a la implacable protervia de las fronteras y sus consecuencias.
-Donde los papeles no se pedían, se dibujaban.
En el primer albergue había 100 personas, decenas de familias y miraras donde miraras, niños jugando a ser simplemente niños. Era un lugar de planta rectangular, no muy grande y con tiendas de campañas ocupando casi todo el espacio. En las paredes se podían ver carteles informativos, la mayoría sobre los derechos que tenían:
“Derecho a un nombre”; tener que reclamar ese derecho es síntoma de un drama, del drama de tener que exigir hasta tu identidad.
“Derecho a un traductor”; en el mundo de hoy es tan necesario conocer el lenguaje poderoso, que desconocerlo supone una desventaja que se usa para recortar tus derechos.
“Derecho al amor”; Derecho que sirve para… Para todo realmente, para seguir cuando parece que todo está perdido, cuando pesa demasiado el largo camino.
“Derecho a la dignidad”; al leer ese rótulo señalado en la pared supe definitivamente que en aquel lugar no había que dar ningún derecho humano por supuesto.
En una esquina se levantaba un altar que rememoraba a los muertos, a los que ya no están, a los que a veces se quedaron en el intento pero siempre quedarán en la memoria colectiva.
De dos en dos salían los niños a un pequeño autobús reconstruido en una especie de escuela donde voluntarios creaban un espacio de creatividad donde compartir colorido material. Allí, Victoria y su hermano venidos desde Centroamérica dibujan sobre el papel relojes con mil agujas, quizá para ellos dos no son suficientes, quizá no hay que conformarse con dos. En cada dibujo plasman los recuerdos de las personas que se han quedado en la tierra de la que provienen. Es sorprendente ver cómo la conciencia de los niños sobre la situación que viven es tan avanzada, y aun así eso no les impide sonreír haya donde miren, y eso que la dureza de una vida errante es difícil de afrontar. Pero lo que yo vi son niños con ansias de conocer, y las ganas de aprender van más allá de las barreras fronterizas y las concertinas burocráticas de la inmigración.
En aquel ambiente la máxima era aguantar lo máximo que se pudiera aunque casi todo fuera efímero, incluido el autobús, aquel autobús donde los papeles no se pedían, se dibujaban.
-Divina Providencia
Recorriendo los irregulares caminos de Tijuana llegamos a la Divina Providencia; allí, gallinas y cerdos ocupan el paisaje de manera desordenada y las casas y cobertizos se disponían a ambos lados del camino de forma dispersa. Al llegar, lo primero que vi fue pobreza, grandes salas oscuras llenas de tiendas de campaña y de movimiento constante y vivo de personas de todas las edades por un espacio angosto.
Pero más que pobreza, cuando de verdad escuché y vi con atención, lo que más había era gratuidad y trabajo solidario; entre tantos problemas, dramas familiares, precariedad y eterna espera fronteriza lo que yo veía era que había constantes ejemplos de gente que no se rendía en la lucha y la búsqueda de un futuro para sus hijos, y que durante la travesía se ayudaban y eran ayudados en pequeños espacios de solidaridad, luchando así contra el ambiente insolidario nacido de la naturaleza egoísta de una frontera así.
Más de 300 personas en aquel refugio con sus respectivas realidades y con tanto que enseñarme en tan poco tiempo. Una niña me preguntaba si mi libreta no era demasiado pequeña, yo me debatía entre sí explicarle que el tamaño de las palabras va más allá del espacio o si decirle la triste verdad, que sí que mi libreta no era lo suficientemente grande como para atrapar todos los matices que había ante mí.
En lo grande y lo laberíntico del lugar conocí la sensación de ver en primera línea el drama que sufren familias, matrimonios y hermanos al tener que separarse con la incertidumbre de no saber cuándo se volverán a ver. Gracias a lo que dictan las leyes escritas en grandes despachos a 40.000 km en las teóricas tierras del progreso.
-Una persona, un refugio en potencia
Muchos eran los refugios y albergues que hay en la zona, pocos los que pudimos ver. Un albergue podía ser de muchas maneras, asociados a la iglesia católica, para personas LGTBI… Sin embargo, un albergue podía ser una casa acomodada para acoger a las pocas personas que caben en un puñado de pequeñas habitaciones. Una iniciativa personal de alguien tocado por la sensibilidad, no tenía que ser un gran proyecto para cientos de personas sino que hasta una persona de buena voluntad podía salvar y acoger dando un techo y una cama a las personas que lo necesiten por amor al otro, por ser persona poniendo lo que tienes a la disposición de los que no tienen, siendo así una perla valiosa para el mundo. Una persona podía ser un refugio en potencia. Así pues eran muy diferentes los albergues entre sí, pero en común tienen por un lado el mismo fin y por otro lado una respuesta del gobierno mexicano más que pobre a la hora de apoyar estas propuestas.
En la espera a un lado de la frontera, la dureza de la situación se mezcla con la iniciativa solidaria de los pobres para con los pobres.
Y así me alejo de Tijuana, sabiendo que lo que para mí es una experiencia fugaz para otros es un día a día que puede llegar a durar hasta toda una vida, escribiendo esta imperfecta y baladí pincelada de esta realidad, y deseando llegar a tener unos ojos más propensos a escuchar de verdad.
Enrique Medina.